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Este microlibro es un resumen / crítica original basada en el libro: Talking to Strangers: What We Should Know about the People We Don't Know
Disponible para: Lectura online, lectura en nuestras apps para iPhone/Android y envío por PDF/EPUB/MOBI a Amazon Kindle.
ISBN: 978-1644731390
Editorial: Taurus
¿Crees que eres bueno leyendo las intenciones de las personas? Ahora bien, ¿qué pensarías si te dijera que hasta la CIA y el FBI fueron engañados? ¿Y si te dijera que hubo personas importantes que creyeron que Hitler no desencadenaría una guerra? Malcolm Gladwell echa luz sobre este asunto y te convencerá de que, en verdad, las personas somos muy malas en el arte de detectar engaños.
En 2015, Sandra Bland, una mujer afroamericana de 28 años, conducía su coche. Al girar a la derecha, olvidó señalizar el cambio de carril. Un policía, Brian Encinia, le dio el alto. La mujer se detuvo, él le hizo algunas preguntas. Después de responderlas, Sandra encendió un cigarrillo. Encinia le pidió que lo apagara y comenzó a exigirle que se bajara del automóvil.
La mujer fue detenida y, algunos días después, apareció muerta en su celda, aparentemente a causa de un suicidio. ¿Qué sucedió aquí?
Antes de dilucidar este caso, veamos otros ejemplos para entender por qué es tan difícil leer las intenciones de los desconocidos.
Veamos los siguientes dos casos.
Si hubo personas capaces de engañar a la CIA, imagina lo que sucede con el resto de la humanidad. Ahora bien, ¿por qué no podemos darnos cuenta de que nos están mintiendo?
Naville Chamberlain, primer ministro británico, viajó a conocer a Hitler. Su fin era conocer sus intenciones. Volvió a su país convencido de que el hombre era de fiar. El resto de la historia lo conocemos todos.
Chamberlain estaba muy equivocado, pero solo actuó como actuaría cualquiera de nosotros. Es decir, nunca contrataríamos a una niñera sin primero conocerla, o a un empleado sin antes entrevistarlo y ponerlo a prueba.
Lo mismo hizo Chamberlain. Miró a los ojos a Hitler, observó su conducta y sacó conclusiones. Pero toda esa información que recopiló funcionó de modo contrario al esperado y no lo dejó ver con claridad frente a quién estaba.
Casi todas las personas que conocieron a Hitler resultaron engañadas. Sin embargo, hubo un hombre, Churchill, sucesor de Chamberlain, que siempre creyó que Hitler era un embaucador.
¿La diferencia? Churchill jamás lo conoció.
“Las personas que acertaron sobre Hitler eran quienes menos sabían sobre su persona. Los que se equivocaron fueron los que habían hablado con él durante horas”.
El magistrado Solomon del estado de Nueva York debía hacer juicios sobre desconocidos. Suele presumirse que estas decisiones son mejores si juez y acusado se conocen. Sin embargo, un estudio llevado a cabo por Sendhil Mullainathan demostró lo contrario.
Mullainathan y su equipo construyeron un programa de inteligencia artificial al que le proporcionaron la misma información con la que contaban los jueces. Esa información consistía en datos de 554.689 acusados.
El resultado de este estudio fue que los acusados liberados por jueces tenían un 25% más de probabilidades de delinquir en comparación con los que la computadora había seleccionado.
La computadora no podía ver ni oír al acusado; los jueces, por el contrario, se esmeraban en hacerlo y lo creían necesario. En otras palabras, la computadora resultó mucho más competente que el hombre al momento de tomar esas decisiones.
Todo esto demuestra que tenemos una tendencia a juzgar a personas que no conocemos con pistas mínimas. El problema no es hacerlo, el problema es que somos increíblemente malos en esa tarea. Creemos que es fácil leer a los demás.
Ana Montes, analista de inteligencia de la Agencia de Inteligencia de Defensa de los Estados Unidos (DIA), era una espía cubana que se ocupó de entregar información de los Estados Unidos a La Habana.
Hubo alarmas que pudieron haber despertado la atención de muchas de las personas, pero la espía pasó inadvertida por un largo tiempo. De hecho, dos hermanos de Montes trabajaban para el FBI y su novio, en el Pentágono.
No hay nada brillante en los espías como Montes, sino que hay algo que no funciona en nosotros y no nos deja descifrar la verdad. Todos asumimos la veracidad de las cosas hasta que no haya algo concluyentemente revelador para desconfiar.
Un estudio llevado a cabo por el psicólogo Tim Levine reveló que las personas pueden identificar correctamente a los mentirosos desconocidos solo el 54% de las veces.
Creemos que la gente dice la verdad a menos que haya un disparador que nos haga desconfiar. Es decir, tenemos un sesgo a la veracidad, partimos de la hipótesis de que la gente dice la verdad y por eso solemos fallar con los mentirosos.
Ana Montes no necesitaba ser una experta del engaño, simplemente necesitaba que el resto actuara como cualquier humano.
En el caso del inversor Bernard Madoff, un hombre que estafó a cientos de personas, sucedió lo mismo. Todo el mundo actuó bajo el sesgo de la veracidad. Todos excepto una persona: Harry Markopolos.
Harry era un investigador de fraude que no se dejó engañar. Analizó el negocio de Madoff y simplemente vio que el rédito que sacaba era casi imposible. Le bastó con llamar a quienes aparentemente negociaban con Madoff y preguntarles si trabajan con él para descubrir que todo era una mentira.
El sesgo de veracidad puede resultar un problema, en ocasiones uno grave. Pero, de acuerdo con Levine, la mayoría de nuestras interacciones diarias son sinceras y no podemos andar por la vida desconfiando de cuanta persona se cruce en nuestro camino.
Según las estadísticas, los mentirosos son la excepción. Personas como Markopolos ven mentirosos en cada rincón. Lo que sucede es que no podemos ser todos como Markopolos.
“Lo ventajoso para los seres humanos es suponer que los desconocidos dicen la verdad”.
La vida real no es como un episodio de Friends en el que las caras de los personajes revelan de manera transparente cada emoción. La transparencia en sus rostros es irreal. Pero ¿qué es la transparencia?
“La transparencia es la idea de que el comportamiento y la conducta de las personas —la forma en la que se representan a sí mismas en el exterior— ofrecen una ventana auténtica y fiable a lo que sienten en el interior”.
Pero esta idea no es acertada: en la vida real, tal transparencia no existe. Creemos que podemos conocer a alguien a partir de su comportamiento, pero lo más probable es que solo malinterpretemos a la gente.
“La transparencia es un mito, una idea que hemos captado por ver demasiada televisión y leer demasiadas novelas en las que la mandíbula del héroe «se desplomó de asombro» o «los ojos se ensancharon en señal de sorpresa»”.
Amanda Knox era la principal sospechosa del asesinato de su amiga y compañera de cuarto, Meredith Kercher.
Knox fue quien encontró el cuerpo de Meredith sin vida y lo reportó a la policía. Todas las pruebas apuntaban contra un sujeto llamado Rudy Guede, quien tenía antecedentes penales y cuyo ADN estaba en la escena del crimen.
Sin embargo, la policía creía que el asesinato había sido perpetuado por Knox y su novio en un juego sexual, a pesar de que no hubiera evidencia que los vinculara con el asesinato.
¿De dónde surgió la sospecha contra Knox? Pues de su conducta. La policía creyó que su comportamiento era transparente y que la incriminaba.
Knox era inocente, pero actuó como culpable: no lloraba, no mostraba dolor, hablaba con cierta agresión y se mostraba amorosa con su novio en un contexto de tristeza.
En otras palabras, su comportamiento era discordante y eso le valió la sospecha de la policía. Nuevamente, las personas no son transparentes y sus conductas, en la mayoría de los casos, no reflejan lo que en verdad piensan o sienten. El exterior no coincide con el interior.
Juzgamos a las personas por su conducta, pero no somos buenos detectores de mentiras cuando las personas son discordantes.
La discordancia de Knox fue su único problema.
Ahora que ya conocemos un poco más sobre el tema, volvamos a Sandra Bland.
En 2015, Bland detuvo su vehículo ante el pedido del policía de Texas Brian Encinia. El motivo era simple: no haber indicado el cambio de carril.
Sin embargo, Bland tuvo un motivo para no señalizarlo. Encinia se acercaba a ella a alta velocidad, lo que le hizo pensar que el agente necesitaba avanzar. Por ese motivo, Bland intentó salir de su camino rápidamente para dejarlo pasar y no señalizó el giro.
Encinia, por su parte, practicaba un enfoque policial en el que detenía a vehículos con infracciones menores para buscar delitos mayores. Desde el principio, Encinia abandonó su sesgo de veracidad sin necesidad de hacerlo.
Hubo algunas pistas que hicieron que Encinia desconfiara de ella. El primer disparador fue que, según él, había visto a Bland saltarse un stop. Luego la siguió y vio que su matrícula era de Illinois, ese fue el segundo disparador.
Luego de detenerla, Encinia se acercó a la ventanilla del acompañante del vehículo para explicarle por qué le había dado el alto. Pero fue allí donde terminó de desconfiar de ella. Encinia vio que Bland zapateaba y que movía los pies arriba y abajo. Y comenzaron las preguntas.
Encinia se dirigió a su patrulla para corroborar la documentación de Bland y del vehículo y, al levantar la mirada, vio que Bland hacía movimientos furtivos. Ello fue determinante.
El agente volvió a acercarse al vehículo de Bland, pero esta vez a la ventanilla del conductor debido a que, por su formación de seguridad, sabía que era mucho más fácil para ella dispararle si él se encontraba en la ventanilla del acompañante.
Para Encinia, todo encajaba en el perfecto perfil de criminal peligroso. Sin embargo, Encinia estaba muy equivocado. Los humanos no son transparentes y Bland no se estaba comportando como el policía pretendía que lo hiciera.
Bland parecía delincuente ante la mirada de Encinia, pero solo estaba enojada.
Pero había más cosas que justificaban el comportamiento de Bland. Era una mujer negra que había tenido ya varios encuentros con la policía. El año anterior a este episodio, había intentado suicidarse. Había perdido a su bebé. Sufría depresión y trastorno por estrés postraumático.
Bland era una persona con un historial médico y psiquiátrico que intentaba rehacer su vida en una nueva ciudad. Pero, ni bien lo intenta, es detenida por un policía.
En los días que pasó en prisión, Bland estaba en crisis, angustiada, en un estado de llanto constante.
Se puede juzgar a Encinia de insensible, pero de hecho le preguntó en al menos dos ocasiones si se encontraba bien ya que pudo ver el malestar emocional de Bland. El problema luego fue que malinterpretó lo que ese estado emocional significaba y se convenció de que era una criminal peligrosa.
Así de defectuosa es la transparencia. Encinia pensó que podía interpretar el comportamiento aparentemente transparente de las personas, pero falló. Hay muchos motivos por los que una mujer puede agitar sus pies o moverse de maneras imprevistas, pero Encinia solo pudo ver allí que todo eso era señal de criminalidad.
Encinia vio una amenaza donde no existía y eso resultó en el suicidio de una mujer que solo intentaba comenzar de cero.
El autor cita numerosos casos de la vida real en los que fallar al leer las intenciones de desconocidos resulta en catástrofes de menor o mayor medida.
En nuestras vidas cotidianas, no solemos encontrarnos con situaciones tan difíciles en las que una decisión desacertada o una mala lectura de conductas puedan acabar con la vida de alguien o en una guerra mundial.
Sin embargo, estos ejemplos sirven a la perfección para representar y describir la forma en la que nos comportamos los humanos en nuestro día a día.
Somos malos para detectar mentiras y engaños, y para leer las intenciones de personas que no conocemos. Creemos en nuestras complejidades individuales, pero juzgamos a los demás como si fueran simples.
Lo cierto es que todas las personas son complejas y es prácticamente imposible que alguien sea lo suficientemente transparente para que podamos conocerlo solo a través de un comportamiento.
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Es un importante periodista, escritor, historiador y sociólogo inglés. Estudió Historia y se desempeñó como periodista en The Washington Post y en The New Yorker. Fue pre... (Lea mas)
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